La Navidad y las Fiestas de Fin de Año nos remiten al nacimiento, lo nuevo, los proyectos, los sueños por cumplir. Decimos “Feliz Navidad”, “Felices Fiestas”. Apelamos a los “Buenos Augurios”, a los “Sueños que se cumplen”, al “Espíritu de Navidad”, al “pasarlo bien en familia”, a la “Esperanza en los corazones”. Y todo debe ser luz, prosperidad y buenos deseos.
Como terapeuta recibo, de quienes me consultan, otra mirada de las Fiestas de Fin de Año: la parte que queda oculta, la que nos cuesta ver, la que no podemos contar, lo queremos ignorar en las fiestas…pero que irremediablemente acecha y pugna por salir.
Nos sentimos culpables sin no estamos alegres, contentos, felices, esperanzados como la cultura y la religión nos pide, nos sentimos raros, aguafiestas y envidiamos a quienes la pasan bien, y a los que pueden hacerle honor al Espíritu Navideño.
Pero...¿ pero todos la pasan bien en Navidad?
La Navidad y el Año Nuevo traen consigo la idea de balances, de ver cuales fueron los logros, las ganancias. Pero junto a las ganancias aparece asociada la idea de pérdida. Quienes no ganaron sienten que perdieron…y es muy difícil sentir emociones acordes y a tono con lo que nos pide la Navidad y a las fiestas, con lo que la palabra “fiestas” connota.
Son muchos los que llegan a las fiestas pensando en quienes ya no están. La primera fiesta sin él o sin ella. Puede ser que el otro no esté por una separación, porque se fue a otro país, o porque partió a otro plano.
Podemos estar pasando un momento triste porque perdimos el trabajo, porque desaprobamos la materia, porque debimos abandonar el proyecto que teníamos: casarnos, viajar, mudarnos, terminar la carrera.
Puede ser que debamos pasar las fiestas con quienes no hemos elegido, con quien no queremos y nos sentimos obligados.
Todo esto a diferencia de alegría, luz y prosperidad, nos hace sentir: tristes, abatidos, desesperados, abandonados, desesperanzados, enojados, críticos, contrariados, peleadores, intolerantes, deprimidos, angustiados, melancólicos.
Se reavivan los duelos, los conflictos familiares pendientes, la sensación de fracaso por aquello que nos pusimos como expectativa y no pudo ser.
Quizás éste sea el momento de dar una vuelta de rosca a todos estos conflictos que siguen dándonos vuelta en la cabeza y en el corazón.
Las Flores de Bach administradas en un contexto terapéutico permiten sanar heridas, trabajar duelos, aplacar la ira, la intolerancia, el resentimiento, el pesimismo, la depresión, el aislamiento.
La Terapia Floral nos permiten amarnos más, tener compasión por nosotros mismos, y de esta manera poder aceptar mejor la realidad, actuar con tolerancia, aplacar nuestro enojo y poder transitar las fiestas de la manera menos traumática y dolorosa.
El trabajo terapéutico con las Flores de Bach no se limita a las fiestas, ya que debemos saber que ellas son simplemente el lugar donde depositamos aquellos que no queríamos ni mirar. Podemos, en cambio, verlas como una oportunidad para sanar nuestra alma herida.
Lic. Alicia Mabel Alfuso